Un tiempo demasiado rico en miserias (Periodismo Gonzo)

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Cine


Era 1980. El año donde aparece la tv en colores en Argentina y que mataron a Lennon. El año en que duplicamos la deuda externa y que 58 países boicotean los juegos olímpicos de Moscú por la invasión soviética a Afganistán. El año donde me empezaron a dejar a ir al cine solo los sábados a la noche.

Una noche de esas, noche fresca de otoño fui al Gran Ocean, una de las dos salas que había en la ciudad donde aún vivo. En esa época daban dos películas la primera era siempre más vieja y la segunda un estreno. No recuerdo cual era el estreno que proyectaban, pero si la primera que era The car, El auto, también conocida como asesino invisible.

La trama es de un auto negro sin conductor que atropella y mata gente, una pareja de ciclistas, un muchacho que hacía dedo entre otros.

El investigador Wade se obsesiona con detener a este asesino invisible.

Por una persona que vio el auto saben que no lo conduce nadie. Wade es perseguido por el automóvil y entra en un cementerio, el vehículo no ingresa por ser terreno consagrado, algo que con los años vi y leí en distintas historias y mitologías.

La película me gusto y me espeluzno bastante, a tal punto que durante la proyección del segundo film no podía quitar mis pensamientos de lo que había visto.

La función culmino a la 1 de la madrugada, el último colectivo a mi casa distante 20 cuadras del cine, pasaba a las 12,40 hs. Así que como cada sábado a la noche debería volver a casa caminando. Para acortar la distancia enumeraba mentalmente las películas que había visto ordenándolas por actores y nivel de fervor inducido.

Cuando llevaba unas diez o doce cuadras siento que me seguía un auto. Era color celeste clarito iba despacito al lado mío. Al rato me invitaba a subir y me decía que me acercaba hasta mi casa. Sugestionado y asustado solo atine a apresurar el paso. El conductor me decía que era tarde y que un chico tan bonito no debía andar solo por la calle, que me podía pasar algo y que el me cuidaría.

Ya a esta altura empecé a correr pasé la placita y entre en el descampado que tenía caminitos como senderos marcados por la gente al pasar por ahí. A los costados había malezas de pasto ruso o sorgo de Alepo que alcanzaban una altura considerable de un metro y medio. En esos yuyales me escondí. Al cabo de uno 40 min en que estaba callado sin hacer ruido salí, sigilosamente miré hacia ambos lados de la calle y no vi rastros del auto. Corrí las 2 cuadras hasta mi casa. Sigilosamente entre en mi hogar y ya en mi cama no pude conciliar el sueño meditando sobre lo que había vivido y pensando que era una especie de aventura. Hoy con el peso de los años reflexiono de lo que me podría haber pasado esa noche fresca de otoño.