Poesía Traslasierra
Traslasierra desnuda su palabra
Órgano de difusión poética transerrana
Muestrario de Poetas Transerranos
Traslasierra, Córdoba, Argentina
Digo los oficios, Antonio Esteban Aguero
COMPATRIOTAS, dejadme que celebre,
con emoción de corazón fraterno,
los oficios del hombre que trabaja
bajo la luz de mi país pequeño,
mientras pulso guitarras interiores
y la calandria se remonta al cielo.
Y así digo el sabor de la amargura
de quien labora bajo un pozo negro
en las minas del Morro o Carolina
perforando tinieblas de roquedos
más allá de la estrella de carburo
que conduce a la ruta del tungsteno;
y saludo al Obrero que cosecha
sobre el duro blancor del Bebedero
esa Sal que le muerde la mirada
y le quema la sangre de los dedos;
y también a las tímidas muchachas
porque majan el trigo en el mortero
para el hambre del Padre que regresa
transfigurado de sudor labriego;
y a Santiago Vidal, que en Candelaria
hace prodigios cuando soba el cuero,
y fabrica rendajes y peguales,
fustas de gala, sólidos taleros
y los lazos que vuelcan al novillo
cuando el novillo es un impulso fiero;
y a don Claro Baigorria, que en Uspara
bebió la leche varonil del cerro
y en las noches de luna se dedica
a la caza de pumas con el perro,
el seguro puñal y su coraje
quemando siempre corazón adentro;
y saludo a las diestras Peladoras
que en los últimos días de febrero
inauguran la fiesta de las frutas,
bajo las huertas de Luján o Merlo;
y a los Peones que siegan alfalfares,
y los enfardan en un cubo prieto,
o levantan en parvas donde es lindo
yacer mirando anochecer el cielo,
mientras fluye el Conlara y se bifurca
sobre la red municipal del riego;
y saludo en el sol de La Totora
la fatiga de los Picapedreros
que persiguen al pan por el granito
más allá de martillos y barrenos;
y al anciano que vive en La Barranca
y cuyo nombre es Cayetano Cuello,
porque un día en la luna de la infancia,
cuando yo fui como arbolito tierno,
fabricóme dos mínimas ojotas
para soltura de mi andar pequeño;
y las manos de Sosa, que, inclinado,
corta adobones en el barro espeso,
mesturado de paja y de boñiga
como lo manda el ancestral Hornero;
y también a la mágica Dulcera,
ruborizada de salud y fuego,
que en la paila de cobre se retrata
sobre el almíbar de su dulce nuevo;
y saludo al jinete solitario,
que decimos algunos Remesero,
cuando lleva vacunos y lanares
entre jornadas de ventoso invierno;
y al colono de Fraga cuando siembra
en la chacrita de la cual no es dueño
la simiente que rueda por el surco,
pero también sobre su propio pecho;
y saludo a la anciana que en la pampa
biennombrada también del Tamboreo
porque tañe y percute en el galope
con el sonido de profundo trueno,
modelaba los cántaros de greda
para el arrope de chañar moreno;
y al oficio del Niño que en el asno
como él humilde, juguetón y bueno
se detiene en la puerta de los pobres
con la ganchada de espinillo seco;
y saludo a los peones que conozco
en la memoria de Jesús Robledo,
que en otoño partía a la cosecha
bajo la lona de un vagón carguero,
y una tarde quedó por la llanura,
junto a maizales de Venado Tuerto,
enraizado también como semilla
de cardo santo u ondulado trébol;
y al indio que teje en Guanacache
donde vivió la Chapanay un tiempo-
canastillos de junco y la piragua
de remar y cazar en los esteros;
y saludo a la anciana de El Talita.
siempre vestida de percales negros,
porque tiene el oficio humanitario
de probar en el agua del espejo
la mirada sin ver, la dura cera
y el detenido corazón del muerto;
y saludo en la luna de Tilquicho
la vigília de oscuros Carboneros
cuando velan el horno que atesora
llama dormida en los carbones negros;
y en el verde sabor de la tisana
justifico la ciencia del Yuyero,
que promete una cura de fragancia
para los males del hermoso cuerpo;
y el oficio de Vega, que en un carro,
protegido de lonas o de cueros,
almacena cosechas del otoño,
desde la miel hasta los higos secos,
y quesillos, y rubios orejones,
y los pelones de dulzor trigueño,
y el patay en menudos panecitos,
y manojos de tónico mastuerzo,
para luego vender por los caminos
más allá de Mercedes y Paunero;
y también al descalzo Pastorcito
que en la quebrada donde mora el trueno
y las nubes se tocan con la mano
apacienta rebaños cuyo dueño
vive en el valle, protegido y gordo,
con buena cama y confortable techo;
y saludo en el Bayo que me lleva
por los veranos a galope lento
esa mágica ciencia de la doma;
que dominaba don Gregorio Oviedo;
y el oficio de Heredia, que una tarde,
en el lugar donde sembró Sarmiento
el primer alfabeto me mostraba,
como flores nacidas en sus dedos,
la caja y la luz de las guitarras
que fabricaba con exacto esmero;
y en el sur de caldenes y lagunas,
la progenie del indio Quichusdeo,
mientras lava pezuñas de los toros
bajo la fusta de un inglés enfermo;
y el oficio por todos estimado,
sagrado oficio de Faustina Argüello,
que conduce por venas femeninas
niños a ser perennidad de pueblo;
y saludo en los puños de Quiroga
la batalla sin mapas del Hachero
cuando lucha en el monte, y en el monte
deja su fuerza de varón entero
convertida en quebracho moribundo
o en algarrobo para siempre yerto
(y en el vino del sábado protesta
por la dureza de su sino negro);
y saludo la fuerza de Santana
porque domina virilmente al hierro
en la llanta del carro, el hacha rota.
las hoces viejas para el trigo nuevo,
el arado rural y la herradura
que hace del trote tamboril legüero
y, allá por Alfalan y Las Meladas,
al muchacho que oficia de Boyero
y galopa llevando la tropilla
hasta la aguada donde grita el tero;
y a don Juan Báez saludo y rememoro,
y con él su destino de Platero,
en el mate de plata y la bombilla
donde concordia solidaria bebo;
y saludo a las núbiles muchachas
de cutis mate y relumbroso pelo,
cuando viajan en tren a las Ciudades,
que dominan las Vacas y el Dinero,
a vender juventud por servidumbre
a señoronas de pulidos dedos;
y en la mesa que a todos nos reúne,
a la orilla del pan y del puchero,
yo saludo la sombra campesina
de nativos y honrados Carpinteros;
Mauricio Barreda, Juan Orozco,
Pablo Aguilera, Sebastián Moreno,
Dolores Luna, Sinibaldo Funes,
Crisanto Núñez, Juan Daniel Romero;
y saludo en la paz de La Botija,
donde parece remansarse el tiempo,
al patay que se tuesta en la ramada
bajo los ojos de Josefa Liendo;
y en la Zamba que sube por el río
musical y natal del Chorrillero
yo bendigo la voz de la Guitarra
sobre el regazo de los Guitarreros;
y en el cofre tallado cuya tapa
dice el Escudo de los cuatro cerros
con el sol y los tímidos venados
nombro el oficio de José Rosello;
y saludo en el poncho que me cubre
las manos suyas, doña Lola Agüero,
sarmentosas de reuma, pero leves
como lana de nube o de borrego,
que giraban el huso, y en el patio,
bajo los talas con su flor de cielo,
coordinaban los lizos y la trama
en los palos del telar doméstico.
Y también este oficio que me vino
por arterias de música y de sueño
y me ha dado la dicha de sentirme
boca del Hombre y corazón del Pueblo.
Antonio Esteban Agüero
1
Amenizando las hojas en verde
con palabras maravillosas
el ángel de la luz organiza el poema del día
Las transgresiones aquí,
las transformaciones allá,
o entre ambas
una sonrisa
iluminando
el vacío
que siempre existe
entre una palabra y otra.
Rafael Horacio López
De tronco Pueblo Viejo (Abril 2014)
Plaza Rafael Horacio Lòpez. Barrio Parque, Villa Dolores, Traslasierra, Còrdoba
Plaza Rafael Horacio Lòpez. Barrio Parque, Villa Dolores, Traslasierra, Còrdoba
Quizás sea la lluvia o el alma mutilada
lo que tiñe de tristeza
pero la feminidad se asoma en el verde intenso
posterior a la tormenta
y, es allí,
donde descubro la calma del sol al dejarse caer.
Vicky Colombini Lauricella
Encierro
Estas horas que abren sus cortinas
y acarician el aire
contemplan la amplitud
(y la persiguen...)
Hace apenas momentos, los descansos,
ceñidos a las sombras,
quieren volverse danza... movimiento...
Mas la noche es tirana.
No permite
encontrar la salida.
Oscar Guiñazú Álvarez
NIÑA AUSENTE, ALEJANDRO NICOTRA
I.
¿Seré de olvido en tu pecho
esta tarde azul, vestida
de nubecillas de fuego?
II.
Un pájaro pía, cerca,
en un alamillo nuevo;
el agua canta en la acequia;
el sol se desangra, lejos...
Y tú, cercana, lejana,
¿sabes que te estoy queriendo?
III.
¿Qué nubecillas verás,
desde qué ventana abierta,
alta sobre la ciudad?
IV.
Nuestro pueblo tiene
un olor a hierba,
un silencio con grillos,
una cálida estrella...
En la hora lenta,
¡qué grato es pensarte,
niña,
con el son errante
de vagas esquilas!
Alejando Nicotra
Fotografía: Osvaldo Guevara, Hugo Fuentes y José Luis Serrano (Septiembre 2010)
Las tías pobres, Osvaldo Guevara
A media cuadra
del cementerio
viven mis tías pobres
que colman de ternura
a un perro eterno
y gatos transitorios
y hubieran conmovido
a Baudelaire.
Un camión monstruoso
dejó a una con una pierna
menos.
La otra casi no distingue
sus manos
y su columna vertebral
se volvió curva
como el cordaje
de una guitarra
quebrada.
Los familiares distancian
las visitas
o por vivir lejos
o por vivir bien.
Toda jubilación fue
remota
pero sonríen a una vana ilusión
de justicia celeste.
La tía
despernada
aún habla reverente
del marido
que se perdió
con otra.
La tía
encorvada
desempolva suspiros
de incurable viudez.
La muerte es una pariente amistosa
esperándolas
en el cementerio vecino
tan íntimo para ellas
como las caras compasivas del barrio
o los vientos del sur
que les han oscurecido la casa.
Osvaldo Guevara
Independencia ahora, Miguel Ortiz
Independencia ahora
Ahora, que es otra vez julio y es nueve.
Ahora, que la patria no aprendida ya agoniza,
ahora que un latido de sol aun nos mueve
el rayo de la lucha en la camisa.
Ahora,
refundemos esta tierra que dio hombres
que sangraron sudor por verla viva,
refundemos la lucha por lo justo.
Independencia! digamos sobre el día,
independencia de los malos soles,
independencia de la voz mezquina,
independencia del que roba sangre,
del traídor que nos vendió la vida.
Independencia digamos sobre el fuego,
pero que sean abono las cenizas.
Independencia sobre los cuadernos
para aprender a separar la espiga,
independencia en el trabajo bueno
para lograr la Patria prometida.
Ahora,
que el frío es más intenso por la pena,
que los hermanos se mueren de reclamo,
que las banderas se quedaron sin tribuna,
que el país parece un decorado.
Es hora que salgamos del mal sueño.
Que nos duela el nacer, que sea un parto,
Pero que el llanto nos genere vida
para dar el corazon y no el espanto.
Que las manos se unan con las manos
para indicar al traidor y atar sus manos.
Que los puños se cierren en la lucha
y se abran al abrazo del hermano.
Que las manos se unan con las manos
para lavar las manos que elijamos,
para elevar de a poco las paredes
que nos den libertad y no quebranto.
Para cortar las rutas con trabajo
y armar piquetes de sol sobre los prados
y festejar la Patria con festejos,
no con decretos tediosos de feriado.
Refundemos la Patria en traslasierra,
en las islas del sur, o el duro norte,
en cada beso o rincón del suelo amado.
Para que nuestros hijos la festejen
y no se aburran en actos de feriados.
Ahora, que es tiempo todavía
Ahora, si queremos, no se muere.
Ahora, que la amamos sobre el día,
Ahora, que es otra vez julio, y es nueve.
Miguel Ortiz
Tengo el diario en la mano... Oscar Guiñazú Álvarez
Tengo el diario en la mano
y repercute en asco la noticia.
La edición corresponde a hoy. (La fecha
más bien pudo haber sido
de comienzos del siglo diecinueve.)
Pero no...
Es de hoy...
Dice bien claro. Viernes...
Es doce de febrero..
Mil novecientos
sesenta y cinco...
La fecha dicta sombras angustiadas
y un vuelo de repudios se levanta.
Grava un peso salobre,
mis párpados lectores...
Tengo el diario en la mano;
leo los claros tipos...
Escrito con mayúsculas
un epígrafe grueso informativo
relatando: CASTIGO POLICIAL.
Tengo el diario en la mano
y es para no creerlo.
No es largo el comentario
de los ciento setenta muchachos escolares.
Está fechada en Selma la noticia
(la ciudad de Alabama);
pero se trata de escolares negros...
El diario dice claro
que el enérgico sheriff
se llama James Clark;
lo imagino calzando dos pistolas
y una carga de rabias ancestrales,
por cierto con la estrella de metal sobre el pecho
no una estrella venida de remota galaxia
sino una mala estrella.
Tengo el diario en la mano.
La noticia la da una agencia seria
y la difunde un matutino.
Estoy seguro de esto que repito
no se trata de un chisme panfietario
ni mal intencionado
que distorsiona la verdad.
Pero eso no me resulta suficiente y sigo
absorto en la lectura
que resisto a creer.
Tengo el diario en la mano
y me detengo un tanto donde dice
son escolares negros obligados
a correr por kilómetros de campo.
El sheriff y los suyos se han armado
de porras y bastones
que funcionan a pilas
(picanas para vacas).
Los escolares negros concentrados
frente al palacio de justicia, sólo
realizaban su marcha de silencio
con sobrada razón. ¿No es legítimo
peticionar, acaso?...
Reclamaban idénticos derechos
para blancos y negros
para negros y blancos.
Tengo el diario en la mano;
en las arrugas de mis sienes, fiebre;
y en lo más hondo de mi ser, dolor...
Porque me duele que esto sea cierto.
Muchachos y muchachas
en actitud de súplica
hasta el momento mismo
en que el odio racial desorbitado
se desbordó con una voz de mando
del que detenta el látigo
brotando nauseabunda la pregunta:
¿No queríais, recién, hacer la marcha?
Pues ahora marchad, marchad ahora.
Y sus agentes cumpliendo la consigna
de la inhumana caza, recogiendo
gritos y odios y pánicos y sangres
en un rumbo de glebas y corridas.
Mientras la intransferible
realidad traducía:
¡corred, corred, con el color a cuestas!
¡corred, corred, con la protesta a cuestas!
corred, corred, con la injusticia a cuestas!
Tengo el diario en la mano
y claro el panorama de lo que acabo de leer. Lo juro.
Entendí bien aquello:
Una niña sangrando rezagada
recibe la picana en pleno rostro;
un muchacho gritando la injusticia
y llorando el dolor de un bastonazo;
y más allá bañado en roja tinta
el pie descalzo de otro niño negro.
Tengo el diario en la mano.
Concluyo la lectura...
Tengo el diario en la mano...
Resulta inadmisible...
Tengo el diario en la mano...
Sin embargo...
Se me ha caído el diario de la mano.
Oscar Guiñazú Álvarez